martes, 6 de marzo de 2012

Y ¿por qué todos los insectos quieren penetrar mis fauces? ¿Tan solo ellos son capaces de ver la infección que me corroe?
El rumor que (ya se esparció en la cordillera que el buitre rey está tras la huella de mi podredumbre y devorar mis blandas zonas) ya no me empavorece.
La naturaleza muerta que ruega con clemencia que la inunde de mi fibra, pérfida y andante pero no entiende que soy menos orgánico que la gama de excrementos de malaventurados animalillos y sus hedores secos, translúcidos al sol.
La llama dejó de herirme como el hielo a mis inicuos huesos, escondido en donde el sol olvidó hace un tiempo salir y la sombra fue la última en hacer metamorfosis cubriéndose toda de estela y dentro de la hora, en donde ya no acusan los meridianos y no existe el tiempo, en algo así como cada 3 días a lo que en tiempo conocemos, la sombra que habita es la única coronada y se viste de novia llenita de su estela y un espectro boreal para bailar sola en la eterna espera pero aquí hasta la evolución se ve cautivada y seducida por la soledad, y como era de esperar, una clase de humanos, de una forma que sólo ante los destellos del baile de la sombra se ven aparecer con la tarea principal de la humanidad, esos humanos que surgieron ante el vacío siguen con la misma esencia y su único placer es destruir la felicidad ajena, y se ve como a jirones esos insectos destartalan cualquier rastro de fantasía que alguna vez habitó en la sombra, pero antes que notaran mi presencia ya era tarde, mi hedor fue tal, que el rey de la cordillera el sumo buitre, el Cóndor, tomáseme con su pico a volar entre montañas y mis párpados marchitos en contacto al viento volaban como ceniza y en la cima del alpe más alto, este señor imperioso de negro vestir, me revela que su intención no es devorar mi carne descompuesta, si no que me revelará el camino a la verdad, ya en esta cima en donde el ruido parecía desaparecer y las nubes intentaban robar lo que hallasen en tus bolsillos, me dice que sólo hay un camino, el del Cóndor, y es tirarse sin miedo (a sabiendas que mis alas dejaron de cumplir su función hace demasiado) de la cima más alta que cumplía de escenario donde encontré la felicidad, y morir contra el choque de las piedras inmediatas para así retornar a la suma vida que me acaería, el de negras plumas y pecho de sangre se tiró y acabó la historia entre rocas y ruidos olvidados.

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