jueves, 22 de septiembre de 2011

-No, lo más liberador del arte es que le hace a uno dudar de que exista.
-Y ¿qué es existir?
- ¿Ves? Ya te vas curando: ya empiezas a devorarte.
Lo prueba esa pregunta. ¡Ser o no ser!..., que dijo Hamlet, uno de los que inventaron a Shakespeare.
-Pues a mí, Víctor, eso de ser o no ser me ha parecido siempre una solemne vaciedad.
-Las frases, cuanto más profundas, son más vacías.
No hay profundidad mayor que la de un pozo sin fondo. ¿Qué te parece lo más verdadero de todo?
-Pues... pues... lo de Descartes: "Pienso, luego soy".
-No, sino esto: A iguala A.
-Pero ¡eso no es nada!
-Y por lo mismo es lo más verdadero, porque no es nada. Pero esa otra vaciedad de Descartes, ¿la crees tan incontrovertible?
-¡Y tanto!...
-Pues bien, ¿lo dijo eso Descartes?
-¡Sí!
- Y no era verdad. Porque como Descartes no ha sido más que un ente ficticio, una invención de la historia, pues... ¡ni existió...ni pensó!
-Y ¿quién dijo eso?
-Eso no lo dijo nadie; eso se dijo ello mismo.
-Entonces, ¿el que era y pensaba era el pensamiento ése?
-¡Claro! Y, figúrate, eso equivale a decir que se es pensar y lo que no piensa no es.
-¡Claro está!
-Pues no piensas, Augusto, no pienses. Y si te empeñas en pensar...
-¿Qué?
-¡Devórate!
-Es decir, ¿que me suicide?
-en eso ya no me quiero meter. ¡Adiós!
Y se salió Víctor, dejando a Augusto perdido y confundido en sus cavilaciones.


viernes, 9 de septiembre de 2011



Las palabras y los gritos son cosas que en rigor, pueden venderse pero no comprarse aunque parezca absurdo.

VIII

   
 

Paseaba por un callejón del cementerio.
Entre lápidas grises y sombrías yedras, de pronto aca-
rició mis ojos una nota de luz y calor.
Era una rosa té.
Acerquéme a ella y le hablé con aquel lenguaje que
sólo poseemos los enamorados del color azul, el lenguaje
que se habla a las flores y piedras preciosas y le pre-
gunté.
¿De dónde vienes Princesa Té?
Abrió sus pétalos la rosa embalsamando a la Necrópolis,
y con voz de ramaje y de fuente me contestó:
Fue mi cuna un cráneo joven. Mis pétalos son las ho-
ras de amor de una doncella que se olvidó de despertar
a los quince años.
Ella duerme, y yo canto sobre su lecho la canción de
sus besos a ruiseñores y alondras.
Al venir la noche el ruiseñor refresca su lírica garganta
en la primera perla de rocío que me regala el sereno,
y cuando amanece, la alondra viene a buscar en mi
corazón la dulzura con que ha de despertar a los hom-
bres del mundo vivo.
El graznido de un cuervo silenció la voz de la rosa que
se recogió en sus pétalos tímida e infantil.
Me postré entonces sobre la piedra, y con aquel len-
guaje que se habla a las flores, dejé a la doncella
muerta.
Dueme juvenilia, soñando con el amor que te encen-
dió el alma.
La tierra es un amado con labios narcóticos y carne
de pétalos.