miércoles, 1 de febrero de 2012

¿Por qué esta tormenta y por qué la parálisis de mis dedos? ¿Es un aviso de lo alto para impedirme escribir y para que considere mejor a lo que me expongo, si destilo la baba de mi cuadrada boca? Pero esa tormenta no me atemoriza. ¡No me importaría un ejército de tormentas! Esos agentes de policía celestial cumplen celosamente su penoso deber, si juzgo, de manera sumaria, por mi frente herida. No tengo por qué agradecer al Todopoderoso su notable destreza. Envió el rayo de la manera precisa para cortar en dos mi rostro partiendo de la frente, lugar en el que la herida ha sido más peligrosa ¡que otro lo felicite! Pero las tormentas atacan a quienes son más fuertes que ellas. ¡Así pues, horrible Padre Eterno con apariencia de víbora, ha sido necesario que, no contento con colocar a mi alma entre las fronteras de la locura y los pensamientos furiosos que matan lentamente, hayas creído, por añadidura, después de maduro examen, que conviene a tu majestad hacer salir de mi frente una copa de sangre!... En fin, ¿quién te lo reprocha? Sabes que no te amo sino que te odio: ¿por qué insiste? ¿Cuándo dejará tu conducta de envolverse en las apariencias de lo extravagante? Háblame francamente, como a un amigo ¿es que no sospechas que tu persecución odiosa delata una prisa pueril, cuyo completo ridículo ninguno de tus serafines se atrevería a señalar? ¿Qué cólera te posee? Sabes que si me dejas vivir fuera de tu alcance, tendrás mi agradecimiento... Vamos, Sultán, líbrame con tu lengua de esa sangre que mancha el entarimado. Ya esta hecho el vendaje: restañé mi frente con el agua salada y crucé con vendas mi rostro. El resultado no es gran cosa: cuatro camisas y dos pañuelos empapados en sangre. Nadie creería, a primera vista, que Maldoror tuviera tanta sangre en sus arterias, pues, en su cara, sólo brillan reflejos de cadáveres. Pero en fin, así es. Quizás es casi toda la sangre que puede contener su cuerpo y es probable que ya no le quede mucha. Basta, basta perro hambriento, deja ya el entarimado; tienes repleto el vientre. No debes continuar bebiendo, pues no tardarías en vomitar. Estás ya razonablemente harto, vete a acostar a la perrera, considérate  nadando en la felicidad ya que no pensarás en el hambre durante tres inmensos días, gracias a los glóbulos que has engullido por tu gaznate con una satisfacción solemnemente visible.

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