miércoles, 18 de enero de 2012

Después de varias horas los perros, agotados de correr sin rumbo, casi muertos, sin saber lo que hacen, se desgarran en mil pedazos con rapidez increíble, No hacen esto por crueldad. Un día, con los ojos vidriosos, mi madre me dijo: "Cuando estés en tu lecho y escuches ladrar a los perros en la campiña, escóndete bajo tu manta, no te burles de lo que hacen: tienen sed insaciable de infinito, como tú, como yo, como todos los humanos de largo y pálido rostro. Te permito, incluso, colocarte ante la ventana para contemplar ese sublime espectáculo". Desde entonces respeto el deseo de la muerta. Y, como los perros, sufro la necesidad del infinito...

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